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El arte de esperar en una época de inmediatez


Esperar se ha convertido en una experiencia casi intolerable. Todo está diseñado para ser rápido, inmediato y eficiente, y cualquier demora parece un error del sistema. Sin embargo, la espera forma parte natural de la vida, aunque intentemos eliminarla. Aprender a convivir con ella puede cambiar la forma en que entendemos el tiempo y nuestras propias expectativas.

En una fila, en un mensaje que no llega o en un proceso que toma más de lo previsto, la espera revela mucho de nosotros. Aparece la impaciencia, la ansiedad y, a veces, la frustración. Pero también puede surgir un espacio inesperado para observar, pensar o simplemente estar. Cuando dejamos de luchar contra ese tiempo suspendido, la espera pierde parte de su carga negativa.

Esperar no siempre es pasividad. Muchas veces es un período silencioso de preparación, incluso cuando no somos conscientes de ello. Las ideas maduran, las decisiones se aclaran y las emociones se acomodan. Lo que parece un tiempo perdido puede ser, en realidad, un tiempo necesario para que algo encuentre su forma.

En una época obsesionada con la velocidad, rescatar el valor de la espera es casi un acto contracultural. Aceptarla no significa resignarse, sino comprender que no todo puede ni debe suceder de inmediato. A veces, lo que llega después de esperar tiene más sentido justamente porque no fue instantáneo.