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Las noches como territorio propio La noche tiene un ritmo distinto. Cuando el ruido disminuye y las obligaciones se apagan, surge un espacio que no pertenece del todo al día siguiente ni al anterior. Para muchas personas, es en la noche donde aparece una sensación de libertad silenciosa, como si el mundo aflojara un poco su presión habitual. Las ideas suelen cambiar de forma cuando cae la noche. Lo que durante el día parecía urgente, se vuelve más pequeño; y lo que estaba oculto, emerge con claridad. Hay una intimidad particular en las horas nocturnas, incluso cuando se está acompañado. La luz tenue y el silencio crean un clima propicio para la reflexión y la creatividad. La noche también invita a la pausa. No exige productividad constante ni respuestas inmediatas. Permite simplemente estar, escuchar música con atención o dejar que los pensamientos divaguen sin rumbo fijo. En ese espacio, el tiempo se percibe de manera más personal, menos dictada por relojes y agendas. Hacer de l...

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El silencio como paisaje: viajar sin moverse en un mundo ruidoso


Vivimos rodeados de estímulos constantes: pantallas, notificaciones y voces que se superponen sin pausa. En medio de ese ruido permanente, el silencio se ha vuelto un bien escaso, casi incómodo. Sin embargo, no es solo la ausencia de sonido, sino un espacio interior que permite detenerse y tomar conciencia. Explorar el silencio es una forma simple de reconectar con uno mismo.

Aunque suele asociarse al vacío o a la incomodidad, el silencio tiene muchas formas. No es igual el de una madrugada tranquila que el que queda tras una conversación intensa. En la naturaleza, por ejemplo, nunca es absoluto: siempre hay un murmullo leve que agudiza los sentidos. Cuando el ruido desaparece, la atención se vuelve más fina y el tiempo parece avanzar con otro ritmo.

Estar en silencio implica también enfrentarse a los propios pensamientos. Al principio puede resultar inquietante, pero si se sostiene, ese espacio comienza a ordenarlos. Aparecen ideas olvidadas, preguntas postergadas y una sensación de calma difícil de encontrar en la rutina diaria. Es un viaje interno que no requiere moverse de lugar.

Incorporar el silencio no exige grandes cambios. Basta con apagar el teléfono por unos minutos, caminar sin música o simplemente observar sin hablar. En un mundo que exige opinar y reaccionar todo el tiempo, el silencio se convierte en un pequeño acto de libertad y en un refugio al que siempre se puede volver.