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Por qué todos necesitamos un hobby que no “sirva” para nada En un mundo que premia la productividad, dedicar tiempo a algo que no tiene un propósito práctico puede parecer casi un acto de rebeldía. Pero ahí está la clave: un hobby que no “sirva” para nada es exactamente lo que tu mente —y tu vida— podrían estar necesitando. Los hobbies sin objetivo son esos que no monetizas, no publicas en redes, no conviertes en proyecto. Pintar sin técnica, tocar acordes torcidos en una guitarra, coleccionar piedras de la calle, aprender nombres de constelaciones, cocinar sin seguir recetas… cualquiera de esas actividades que no pretenden demostrar nada, solo darte un espacio para estar contigo mismo. La presión por ser productivos ha invadido incluso nuestro tiempo libre. Si lees, que sea para aprender; si sales a caminar, que sea para hacer ejercicio; si haces fotos, que sean “contenidos”. Y en medio de todo eso, se nos olvida que también somos seres que necesitan jugar, crear y explorar sin e...

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La nostalgia y su misterioso poder sobre el cuerpo humano

Aunque solemos relacionarla con un sentimiento agridulce, la nostalgia tiene un impacto mucho más profundo en nuestras vidas de lo que imaginamos. No se trata simplemente de recordar una tarde de verano, una canción de la adolescencia o el aroma del pan horneado en casa de la abuela. La nostalgia tiene efectos concretos, casi físicos, que influyen en nuestro bienestar emocional, mental y hasta fisiológico.

Cuando una persona experimenta nostalgia, se activan ciertas regiones del cerebro asociadas a la recompensa, la memoria autobiográfica y la regulación emocional. En particular, se activa la corteza prefrontal medial, un área vinculada con el procesamiento de emociones complejas. Esto hace que, a pesar de que la nostalgia suele tener un tinte de melancolía, el resultado final sea positivo. Diversos estudios muestran que las personas que sienten nostalgia con frecuencia tienden a reportar mayor autoestima, sentido de propósito y conexión social. Es como si el pasado actuara como una especie de refugio emocional ante los desafíos del presente.

Pero la nostalgia no se queda solo en el cerebro. El cuerpo también responde. Se ha observado que revivir recuerdos positivos puede disminuir los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y aumentar la producción de serotonina y dopamina, neurotransmisores relacionados con el placer y el bienestar. Incluso en contextos médicos, algunos terapeutas utilizan la nostalgia como herramienta para aliviar estados depresivos o para ayudar a pacientes con demencia a reconectar con su identidad. El simple hecho de mirar un álbum de fotos o escuchar una canción significativa puede tener un efecto terapéutico real y tangible.

Curiosamente, la nostalgia también influye en la temperatura corporal. En un experimento bastante inusual, los participantes que recordaban momentos cálidos emocionalmente mostraban una tolerancia más alta al frío. El cerebro parece asociar ciertos recuerdos con sensaciones físicas, y es capaz de modificar nuestra percepción del entorno para hacernos sentir más cómodos. Es como si el recuerdo de una caricia, una risa compartida o una celebración familiar pudiera, literalmente, abrigarnos por dentro.

En un mundo que a menudo nos empuja hacia lo nuevo y lo inmediato, la nostalgia cumple un papel silencioso pero valioso. Nos recuerda quiénes fuimos, qué nos hizo felices y qué perdura a pesar del paso del tiempo. Aunque no debemos vivir atrapados en el pasado, permitirnos de vez en cuando un paseo por los recuerdos puede ser un acto profundamente sanador. Porque la nostalgia, lejos de ser un ancla, puede convertirse en un faro: un pequeño resplandor que guía el presente con la luz suave de lo vivido.