






Las Ventanas como Fronteras Silenciosas
Las ventanas son uno de los elementos más comunes en cualquier espacio, pero rara vez se les concede la atención que merecen. Están ahí, discretas, separando dos mundos sin imponer una barrera absoluta. Desde una ventana se observa, se espera, se sueña y se reflexiona. Es un límite transparente entre el interior y el exterior, un punto de encuentro donde la vida privada se asoma al movimiento constante del mundo. Mirar por una ventana es una acción simple que, sin embargo, encierra una carga simbólica profunda.
A través de las ventanas, el paso del tiempo se vuelve visible. La luz cambia de intensidad, las sombras se alargan o se encogen, el clima modifica el paisaje. Una misma vista puede parecer completamente distinta según la hora del día o la estación del año. En días soleados, la ventana invita a salir; en jornadas grises, se convierte en un refugio desde donde observar sin exponerse. Es un espacio de transición donde uno puede estar presente sin participar, testigo silencioso de lo que ocurre afuera.
Las ventanas también cuentan historias humanas. Por la noche, las luces encendidas revelan fragmentos de vidas ajenas: una mesa preparada, una persona leyendo, una silueta moviéndose lentamente. Cada ventana iluminada es una escena breve, un relato incompleto que despierta la imaginación. Durante el día, cortinas corridas o abiertas hablan de intimidad, de costumbres, de formas distintas de habitar un mismo lugar. Sin palabras, las ventanas comunican más de lo que parece.
En lo personal, las ventanas suelen convertirse en lugares de pausa. Apoyarse en el marco, observar el movimiento de la calle o simplemente dejar que la mente se pierda en el horizonte es una forma de descanso mental. Es un momento en el que no se exige nada, en el que uno puede pensar sin estructura o simplemente sentir. Muchas decisiones importantes se han tomado mirando por una ventana, en ese silencio donde el ruido exterior se vuelve un murmullo lejano.
Al final, las ventanas son fronteras silenciosas que nos recuerdan que siempre hay algo más allá de nuestro espacio inmediato. Nos permiten conectar sin cruzar, observar sin intervenir, soñar sin movernos. En su quietud cotidiana, ofrecen una lección simple pero poderosa: no todo límite es una separación definitiva, y a veces basta con mirar a través de él para ampliar nuestra forma de ver el mundo.


