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Por qué todos necesitamos un hobby que no “sirva” para nada En un mundo que premia la productividad, dedicar tiempo a algo que no tiene un propósito práctico puede parecer casi un acto de rebeldía. Pero ahí está la clave: un hobby que no “sirva” para nada es exactamente lo que tu mente —y tu vida— podrían estar necesitando. Los hobbies sin objetivo son esos que no monetizas, no publicas en redes, no conviertes en proyecto. Pintar sin técnica, tocar acordes torcidos en una guitarra, coleccionar piedras de la calle, aprender nombres de constelaciones, cocinar sin seguir recetas… cualquiera de esas actividades que no pretenden demostrar nada, solo darte un espacio para estar contigo mismo. La presión por ser productivos ha invadido incluso nuestro tiempo libre. Si lees, que sea para aprender; si sales a caminar, que sea para hacer ejercicio; si haces fotos, que sean “contenidos”. Y en medio de todo eso, se nos olvida que también somos seres que necesitan jugar, crear y explorar sin e...

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La Curiosidad como Forma de Vida

La curiosidad ha sido siempre el motor silencioso que impulsa a la humanidad hacia adelante. No aparece en los grandes titulares ni suele recibir reconocimiento, pero está allí, en cada descubrimiento, en cada idea, en cada pequeño gesto de asombro que nos empuja a preguntarnos “¿y si…?”. Desde que somos niños, la curiosidad nos acompaña como una especie de brújula interna que nos lleva a explorar, tocar, observar y cuestionar. A veces, crecemos y la vida cotidiana intenta adormecer esa brújula con rutinas, responsabilidades y prisas, pero nunca desaparece del todo; basta un instante de pausa para que vuelva a encenderse. 
 
Vivir con curiosidad es vivir con intención. Es decidir que cada día puede ofrecer algo nuevo por aprender, incluso si aparentemente todo es igual que ayer. La curiosidad no exige grandes viajes ni hazañas; puede encontrarse en escuchar con atención a alguien que piensa distinto, en leer un libro que normalmente no elegiríamos o en observar un detalle simple que siempre ignoramos. Cuando permitimos que la curiosidad guíe nuestros pasos, el mundo se vuelve más amplio, más colorido y más lleno de posibilidades.
 
 También nos vuelve más humildes, porque reconocer que no lo sabemos todo abre la puerta a un aprendizaje continuo. En un tiempo donde las respuestas parecen estar a un clic de distancia, la curiosidad nos recuerda el valor de las buenas preguntas. Nos invita a pensar más allá de lo evidente, a conectar ideas y a descubrir nuevas formas de ver la vida. Y es que ser curioso no sólo enriquece el conocimiento, sino la forma en que experimentamos la existencia. Al final, la curiosidad no es sólo un impulso intelectual; es una forma de estar en el mundo con los ojos bien abiertos. 
 
Es una actitud que nos permite reencontrarnos con el asombro y, en cierta manera, con nosotros mismos. Cultivarla no es un lujo, es un regalo que nos mantiene vivos, despiertos y en constante transformación.