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PL-25

El sonido del viento: una melodía natural que nos envuelve     El viento no se ve, pero se siente. Su paso agita las hojas, mueve las cortinas, silba entre las rendijas y a veces ruge con fuerza sobre los tejados. Es una de las presencias más antiguas y constantes del mundo natural, y su sonido ha acompañado al ser humano desde el principio de los tiempos. En cada lugar y en cada momento, el viento suena distinto, como una melodía invisible que nos conecta con la tierra, el cielo y nuestras propias emociones.  El sonido del viento nace del movimiento del aire al chocar contra superficies: árboles, edificios, montañas, o incluso nuestro propio cuerpo. Su intensidad, tono y ritmo cambian según su velocidad, dirección y entorno. Puede ser un susurro suave en una tarde tranquila, un lamento largo en una noche solitaria o un estruendo que anuncia tormenta. En el desierto, suena como un canto seco que arrastra arena; en el bosque, como un murmullo lleno de vida; junto al mar...

ML - 671 - FIESTA PARA DOS


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Lo que no dijimos a tiempo

Siempre hay palabras que se quedan atrapadas en la garganta. Pensamientos que quisimos compartir pero no supimos cómo. Momentos en los que el silencio nos pareció más seguro que la verdad. Y pasa el tiempo. Las personas cambian, se alejan, desaparecen o simplemente ya no están. Y entonces aparecen esas frases no dichas, flotando en la memoria como fantasmas suaves, como hilos sueltos que ya no tienen dónde anudarse. Lo que no dijimos a tiempo empieza a pesar de otra manera. No como culpa exactamente, sino como una especie de nostalgia por lo que pudo haber sido si nos hubiéramos atrevido a hablar, a sentir en voz alta, a dejar de lado el miedo al rechazo, al juicio, al caos que a veces implica ser honestos.

Hay amores que se quedaron esperando una confesión. Hay amistades que murieron por falta de un “perdón”. Hay abrazos que no dimos por orgullo, por duda, por no saber si eran bienvenidos. Y después, cuando las circunstancias ya cambiaron, nos damos cuenta de lo esencial que era haber dicho algo. Un “me importas”. Un “me dolió”. Un “aún te pienso”. Pero el momento pasó. Y nos quedamos ensayando frases que nunca dijimos, respuestas que nadie más escuchará. Como si de algún modo, formularlas ahora sirviera para aliviar esa pequeña herida que dejaron las palabras ausentes. Y quizás sí, quizás escribirlas, pensarlas o decirlas al viento tenga algo de redención. De intento. De cierre.

Lo que no dijimos no siempre fue por cobardía. A veces fue por cuidado. Por no querer romper algo. Por sentir que no era el momento. Por priorizar la paz ajena por encima de la verdad propia. Pero el alma guarda esos silencios como cartas sin entregar. Y a veces los sueños los devuelven, como escenas de una película que no terminamos de grabar. Lo que no se dice no desaparece: se transforma en sensación, en nudo, en memoria muda. Algunos le llaman arrepentimiento. Otros, simplemente aprendizaje. Porque con el tiempo aprendemos que decir las cosas a tiempo no garantiza que todo salga bien, pero callarlas sí garantiza que siempre quedará la duda.

También están las palabras que otros no nos dijeron. Y nos quedamos esperando. Una explicación. Un adiós con más sentido. Una disculpa. O tal vez un “te extraño” que nunca llegó. Porque no solo cargamos con nuestras propias ausencias verbales: también con las de los demás. Y en ese vacío, a veces inventamos respuestas. Nos contamos historias para comprender lo que no se cerró. Pero lo cierto es que hay silencios que nunca se explican, solo se aceptan. Aunque nos dejen marcados. Aunque tengamos que aprender a vivir con ellos como quien aprende a caminar con una cicatriz nueva.

Decir lo que sentimos no siempre es fácil. Hay que encontrar las palabras, el momento, el valor. Pero vale la pena intentarlo. Porque lo no dicho no se borra: se queda ahí, entre líneas, entre gestos, entre recuerdos que pudieron ser distintos. Hoy es siempre un buen día para decir lo que se siente. Para no dejar que el miedo nos robe la oportunidad de ser verdaderos. Porque lo que se dice a tiempo no siempre cambia la historia, pero sí puede aliviar el alma. Y eso, al final del día, ya es muchísimo.



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