





Luz: El Lenguaje del Universo
Antes que las palabras, antes incluso que el sonido, hubo luz. Fue lo primero que se pronunció en muchos mitos de creación: “Hágase la luz”. En el universo observable, también fue lo primero que nos alcanzó desde el Big Bang. La luz es el mensajero de todo lo que vemos, de lo que existe fuera y dentro de nosotros. Viaja sin descanso a través del vacío, rebota en las superficies, entra por nuestros ojos y transforma la materia en significado. Si hay algo que une la física, la espiritualidad y el arte, es la fascinación por la luz.
En la ciencia, la luz es una dualidad: partícula y onda. Se comporta como ambas y ninguna, desafiando nuestras categorías mentales. Su velocidad es el límite absoluto del cosmos; ninguna información puede superar su ritmo. A través de ella, podemos observar galaxias a millones de años luz, leer el pasado escrito en las estrellas, entender los átomos y sus enlaces. Sin embargo, esa misma luz puede ser engañosa. Puede refractarse, doblarse, fragmentarse. Nos da visión, pero también puede deslumbrar. Nos muestra el mundo, pero también oculta lo que queda en la sombra.
Espiritualmente, la luz es símbolo de claridad, de despertar, de verdad. En muchas religiones, Dios o la divinidad se manifiestan como luz: el halo de los santos, la iluminación de Buda, el fuego de la zarza ardiente. Incluso en contextos no religiosos, la luz representa estados superiores de conciencia. Alguien "ve la luz" cuando alcanza una revelación. Un momento "luminoso" es uno de lucidez, de belleza. Pero ¿es la luz siempre bondadosa? También puede quemar, exponer, violentar. Iluminar puede ser una forma de dominar, de vigilar. En este sentido, la sombra no siempre es enemiga, sino refugio.
El arte ha sido, desde siempre, una celebración de la luz. Pintores como Caravaggio, Turner o Monet construyeron mundos enteros a partir de cómo la luz toca las cosas. En la fotografía y el cine, la luz no solo revela, sino que define el tono emocional de una escena. En la arquitectura, puede hacer que un espacio respire o se vuelva opresivo. Incluso en la música, se habla de tonos claros u oscuros. La luz, más que un fenómeno físico, es una experiencia estética total.
Y en medio de todo, está el ser humano. Un ser que necesita luz para sobrevivir —fisiológicamente, emocionalmente— pero que también necesita sombra para descansar, para soñar. Vivimos entre la luz natural del sol y las luces artificiales que hemos creado para extender nuestros días. Hemos aprendido a manipular la luz con láseres, pantallas, focos y neones. Pero quizás aún nos falta aprender a convivir con ella de manera más consciente. Porque la luz no solo revela lo que está afuera; también puede ayudarnos a mirar hacia adentro. A distinguir lo esencial de lo superfluo. A recordar que, incluso en la oscuridad, la luz sigue existiendo —esperando ser encendida.


