Entrada destacada

PL-25

El sonido del viento: una melodía natural que nos envuelve     El viento no se ve, pero se siente. Su paso agita las hojas, mueve las cortinas, silba entre las rendijas y a veces ruge con fuerza sobre los tejados. Es una de las presencias más antiguas y constantes del mundo natural, y su sonido ha acompañado al ser humano desde el principio de los tiempos. En cada lugar y en cada momento, el viento suena distinto, como una melodía invisible que nos conecta con la tierra, el cielo y nuestras propias emociones.  El sonido del viento nace del movimiento del aire al chocar contra superficies: árboles, edificios, montañas, o incluso nuestro propio cuerpo. Su intensidad, tono y ritmo cambian según su velocidad, dirección y entorno. Puede ser un susurro suave en una tarde tranquila, un lamento largo en una noche solitaria o un estruendo que anuncia tormenta. En el desierto, suena como un canto seco que arrastra arena; en el bosque, como un murmullo lleno de vida; junto al mar...

ML - 521











Estambul: El dorado que une oriente y occidente

Hay ciudades que brillan bajo la luz del día, y otras que parecen hechas de luz. Estambul pertenece a este último grupo. Desde las cúpulas doradas de Santa Sofía hasta los reflejos del sol en el Bósforo, pasando por los bazares repletos de objetos brillantes y los minaretes que cortan el cielo al amanecer, esta ciudad resplandece con un oro cálido y solemne.

El dorado aquí no es lujo superficial: es símbolo de poder, de fe, de eternidad. Es el eco de tres imperios —romano, bizantino y otomano— que dejaron su huella dorada en piedra, agua y aire.

Una historia escrita en oro

Estambul, antes conocida como Bizancio y Constantinopla, ha sido durante milenios el corazón palpitante del mundo. Capital del Imperio Romano de Oriente, centro del cristianismo ortodoxo, y luego joya del Imperio Otomano, cada civilización sumó una capa dorada a su historia.

Santa Sofía, que fue iglesia, mezquita y ahora museo, es el mejor ejemplo de esta fusión: en su interior, la luz se cuela por las ventanas altas e ilumina mosaicos bizantinos en pan de oro, que sobreviven desde el siglo VI.

Arquitectura de cúpulas, oro y piedra

El skyline de Estambul es una sinfonía de cúpulas y minaretes. La Mezquita Azul, la Mezquita de Solimán, y otras maravillas otomanas están adornadas con caligrafía dorada, cerámicas brillantes y decoraciones geométricas que parecen vibrar con la luz del día.

En el interior de estos espacios, el dorado no solo es decoración: simboliza la presencia divina. El oro representa la luz del Creador, lo eterno, lo sagrado. Cada alfombra, cada lámpara colgante y cada detalle de mármol pulido acentúan esa sensación de habitar un espacio suspendido entre el cielo y la tierra.

Costumbres entre té, comercio y oración

En Estambul, la vida gira en torno a gestos antiguos: beber té negro en tulipanes de cristal, sentarse a conversar en los márgenes del Bósforo, rezar en las cinco llamadas diarias al salat, regatear en el Gran Bazar por lámparas doradas, pulseras, marcos y especias envueltas en polvo ámbar.

El bazaar no es solo comercio: es teatro, es historia, es patrimonio vivo. Entre sus bóvedas doradas, se siente el eco de miles de voces y pasos que han pasado por ahí desde el siglo XV.

Luz y clima que invitan al resplandor

Estambul es una ciudad de luces cambiantes. Por la mañana, el oro del sol se refleja en los barcos que cruzan el Cuerno de Oro. Al atardecer, la ciudad entera se tiñe de cobre y miel, como si alguien hubiera rociado el aire con azafrán.

El clima es templado, con inviernos frescos y veranos luminosos. Esta variabilidad permite a Estambul mostrar distintas versiones de su esplendor dorado: desde la niebla húmeda de enero que envuelve los minaretes, hasta el calor seco de julio que los hace brillar como brasas.

Arte que mezcla lo humano con lo divino

El arte en Estambul es profundamente simbólico. En los mosaicos bizantinos, el fondo dorado significa el reino de lo eterno. En las miniaturas otomanas, el dorado destaca lo sagrado y lo majestuoso. En la caligrafía islámica, las letras en oro iluminan versículos coránicos y nombres sagrados.

El dorado también está presente en lo contemporáneo: en galerías de arte moderno, en cafés bohemios del barrio de Karaköy, en el diseño de moda y decoración local, que reinterpreta el legado imperial con una mirada fresca.

Gastronomía del azafrán, la miel y el brillo

En la cocina turca, el dorado es sabor. Es el azafrán que tiñe los arroces y caldos, es el caramelo que envuelve frutos secos en los postres como el baklava, es la miel que se escurre sobre quesos y yogures.

El pan recién horneado, el dorado de los dátiles, las sopas espesas, los dulces con pistacho y agua de rosas: todo parece venir de un festín imperial. Incluso el café turco, servido en tazas decoradas con hilos de oro, se convierte en una ceremonia de introspección y conversación.


Un dorado que no encandila, sino guía

Estambul no deslumbra como una joya nueva: brilla como un anillo antiguo, gastado por el tiempo pero lleno de historias. Su dorado no ciega: acompaña. Es la luz suave de una ciudad que ha visto pasar civilizaciones enteras y sigue mirando hacia el horizonte.

En Estambul, el dorado es un puente entre el pasado y el presente, entre Oriente y Occidente, entre la tierra y lo sagrado.


















Leer más…

Leer más…